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Bisalibons, fundado a media ladera sobre un banco de roca caliza, o caliza triásica
estratificada, como en la Croqueta, que se halla a muy corta distancia sobre Ballabriga y
el monasterio de Obarra, o caliza cretácea, alternando con capas de marga o de arcilla
margosa, como entre Serraduy y las fuentes de San Cristóbal, poco antes de llegar frente
a dicho pueblo. Unían los diferentes estratos entre sí robustas encinas, cuyas raíces,
atravesando por las grieta de la roca, ejercían función análoga a la que desempeñan lo
clavos que cosen y sujetan las diferentes planchas de que s compone el casco de un
buque. Por el año de 1854 habían sido cortadas algunas de esas encinas; tenaces lluvias
habían reblandecido la capa subyacente, y parece que se había formado un depósito de
agua debajo de la roca. Un día notaron en algunas casas rendijas que se abrían, paredes
que temblaban, piso que se inclinaban o se hendían: lanzáronse fuera con el ajuar sus
moradores, y al punto el grueso banco de caliza empezó descender por el áspero y
fragoso escarpe, llevando encima tres casas y algunos huertos. Cuando llegó al fondo,
partióse como una granada; reventó el depósito interior, produciendo una pequeña
inundación, y se desplomaron las casas que en tan extraño vehículo habían trasladado su
asiento. Medía aquel banco un kilómetro de longitud por treinta metros de anchura, y se
halló que coincidía con los puntos donde el encinar había sido talado. Las casas que
continuaron rodeadas de árboles, no sufrieron nada, ni se movieron de su asiento. La
fuente del lugar, que con las filtraciones había agravado el desastre, retrocedió gran
trecho, cuando hubieron desaparecido los gruesos estratos que en dirección oblicua tenía
antes que atravesar. Eran las raíces de aquellos árboles como viviente pilotaje sobre que
estaban fundados los cimientos de las casas: el hacha llevó la muerte a los pilotes, y la
fundación se vino abajo.
Ya se comprenderá que aquí, en este trabajo de nivelación, debido a la despoblación
forestal de los relieves, en estas mudanzas que experimenta la constitución geognóstica
del país, no está tanto el mal en la degradación y aplanamiento de las sierras, como en el
terraplén de las vegas y hondonadas. No es lo peor que arriba se pierda, con el mantillo
y la costra vegetal, el mejor recurso de la ganadería: lo peor es que abajo, aquella capa
vegetal, arrastrada por los aguaceros, destruya en los valles el mejor recurso de la
agricultura, señoreándose de las huertas y reduciéndolas a estéril glera. Que es éste un
género de socialismo tan nocivo, tan impotente para el bien, que con la misma sustancia
que ha arrebatado a los montañeses, esquilma, empobrece y arruina a los ribereños.
§ 5.º -Su influencia en las inundaciones. -La inmediata consecuencia de los
descuajes ha sido la desaparición de la capa vegetal que vestía las laderas de los montes,
abastecía de hierbas al ganado, retenía a modo de esponja una gran porción del agua
llovida, alimentaba numerosos manantiales, que iban a regar los pequeños huertos
establecidos a orillas de los barrancos, y evitaban en los ríos las inundaciones.
Conocidas por los riberiegos las alturas de nivel que éstos alcanzaban en sus mayores
crecidas, convertían en huerta las orillas, estrechaban y encauzaban la corriente con
muros de piedra, y setos de cañas, chopos y mimbres, y con ellos defendían sus cultivos
contra la acción violenta de las aguas. Pero desde que se desnudaron las montañas, se ha
desequilibrado la relación existente entre el antiguo cauce de los ríos y la masa de agua
que afluye a ellos, en un momento dado; y esto, en un doble respecto: primero,
acrecentándose ese caudal afluente de las crecidas en una proporción que excede del
duplo de lo que era hace medio siglo; segundo, disminuyendo la sección transversal del
cauce, donde van a sumarse los infinitos tributarios de las orillas. Lo primero es tan
natural, que no ha menester explicación: al descender el agua de lluvia sobre los montes
desarbolados, no encuentra la esponja del suelo vegetal y de las hojas, que la
absorberían, ni los troncos, raíces, arbustos y matas que entorpecerían su marcha, le
mermarían y quebrantarían la fuerza adquirida en el descenso y retardarían su llegada,
entreteniéndola con múltiples rodeos, obligándola a desarrollar perfiles extensísimos.
Precipítase, pues, la masa de agua en línea recta y con movimiento acelerado, lima y
descarna los declives, abre surcos y torrenteras, socava y derriba las defensas de piedra
de los huertos que encuentra a su paso, transporta cantos y tierra en cantidades
increíbles, desemboca con ímpetu en el hinchado río, y hallando lleno su álveo, dilátase
por las orillas, invade las huertas extensas, arranca los árboles, salta por encima de los
puentes y los arrastra, invade las casas y lleva por todas partes la desolación y el
espanto. Ni para aquí todo. El trabajo de erosión de las montañas desnudas de arbolado,
obrando un año y otro año, las aplana, pero es a costa del lecho de los ríos donde
descargan sus escombros. Las piedras y tierra que ruedan desde lo alto con el agua de
los barrancos, al retirarse la avenida, se depositan en el fondo y lo levantan; la avenida
siguiente hallará ya estrecho para su volumen el cauce que se abrió la primera a fuerza
de invasiones y despojos de fincas, y tendrá que ensancharse más; caerá la segunda
línea de trincheras y muros, y nuevas huertas correrán a perderse en los abismos del
Océano y nuevas familias tendrán que mendigar el sustento o apelarán al supremo
recurso de la emigración. Los huertos del montañés descienden al llano, y revueltos con
las huertas del riberiego, se disipan en una común ruina.
Un río civil, de cabecera y flancos arbolados, de corriente espaciada fuera del cauce,
por un sistema arterial hidráulico que empapa y fecunda el suelo cultivado, se me
representa como un camino que anda transportando convoyes y trenes sin fin cargados
de pan, vino, leche, aceite, carne, pescado, frutas, huevos, legumbres, hortalizas, granos,
azúcar, flores, lana, seda, lino, cáñamo, pieles, leña, madera, ganado, fuerza para
sustento, abrigo y regalo del hombre.
Un río decadente y en ruinas, de cabecera calva y flancos desgarrados surcados de
torrentes, de cauce rígido, extraño a las tierras que lo encajonan y oprimen, sin nada que
reprima o modere el formidable trabajo de denudación y acarreo, después de haber
descarnado la espina dorsal de la cordillera y de sus estribaciones, transporta los
detritus, formados en millones de años, al valle somontano, y con ellos destruye la obra
del hombre, como antes la obra de la Naturaleza, dejando tras de sí la desnudez y el
hambre, con su horrible séquito de lágrimas y de maldiciones, crímenes y suplicios. Con
la tierra muelle que lleva en suspensión, desde hace muchos días, el solo Ésera,
hermano del Segre, más que río imponente, brazo de mar, y los hermosos huertos,
sustancia y ornato de la villa, que le veo arrastrar en este mismo instante desde mi
despacho, ¡qué isla tan grande, tan fértil, tan amena, se podría formar!(2)
Estos efectos desastrosos de la despoblación forestal, he podido comprobarlos en
diversos lugares de la provincia, en Graus, en Capella, en Jaca, en Ainsa, en Saravillo,
en la Puebla de Roda. No hace todavía una generación, extendíase una magnífica faja de
feraces huertas por la orilla izquierda de Cinca, desde encima de Ainsa, en una longitud
de más de una legua: hoy está convertido todo en estéril glera que de tanto en tanto
invade el río con sus crecidas, buscando nueva presa. Los vecinos de la antigua corte de
Sobrarbe refieren al viajero como caso estupendo el aparente hundimiento de la sierra
de Pueyo de Araguás, y no es más sino que la sierra se traslada, muda de lugar,
arrastrada insensiblemente por los torrentes, obstruye el cauce del río y remuevo las
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