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Dios no lo hizo. Le prometí que haríamos este largo viaje antes de que nos casasen. Le
dije que, cuando ya tuviese la pierna bien, escaparíamos; hacía años que él quería hacer
esto. Sólo que, naturalmente, yo sabía que se equivocaba: jóvenes fértiles arriesgándose
en los bosques de las tierras bajas, arriesgando la seguridad de todos... Lo hice por él. Yo
ni siquiera quería venir aquí.
Las lágrimas resbalaban por su cara, pero no producía sonido alguno de llanto, ni
siquiera intentaba secarse el rostro.
Tendí las manos por encima de Tomás, la así por la cintura y la alcé. No era nada
pesada. La coloqué junto a mí para encontrarme entre ambos..., en mi sitio.
Lo has salvado le dije . Has salvado su vida y la vida de toda tu gente. Y te has
salvado a ti misma de una existencia de penas sin sentido.
¿Tanto bien he hecho? Entonces, ¿cómo es que mi pueblo me mataría si lo
descubriese?
Me creía. No le hacía sentirse mejor, pero me creía.
No podemos volver a casa me dijo . Los ancianos siempre nos decían que, si tu
gente descubría la verdad sobre nosotros, nos encontrarían, y que lo que estábamos
tratando de reconstruir sería destruido.
Quizá sólo sea curado y transportado a Marte. Todo el que quiera ir allí, allí será
enviado.
No te creerán. Ni siquiera me creerán a mí. Aunque ahora volviese a casa y no dijese
nada, cuando tu gente viniese a buscarnos, mi pueblo sabría que les he traicionado.
No es eso lo que has hecho. Y, además, quiero que te quedes conmigo.
Me estudió, y entre los ojos se formaron arrugas verticales, allá donde tenía una
pequeña zona de piel sana.
No sé si podré hacer eso me dijo.
Ahora estás conmigo. Me recosté y acerqué más a Tomás, de modo que todos los
tentáculos sensoriales de ese lado de mi cuerpo pudiesen alcanzarlo. El conectar con él
fue un estremecimiento tan dulce y fuerte que, por un momento, me quedé sin visión.
Cuando el estremecimiento me hubo recorrido, me di cuenta de que Jesusa me estaba
mirando. Tendí una mano y la atraje hacia nosotros. Lanzó un jadeo cuando la unión
quedó completada. Luego gruñó y movió su cuerpo para poder poner más del mismo en
contacto con el mío. Tomás, que realmente aún no estaba totalmente despierto, hizo lo
mismo, y yacimos totalmente sumergidos los unos en los otros.
8
A la mañana siguiente, la mayoría de los pequeños tumores de Jesusa habían
desaparecido, reabsorbidos por su cuerpo. Aún no estaba realmente curada, pero, por
primera vez desde su niñez, su piel volvía a ser suave y tersa. Lloró mientras comía el
desayuno que preparé con lo que había en mi cesta. Y se examinó una y otra vez.
Los tumores de Tomás eran mayores y le llevaría más tiempo eliminarlos, pero
resultaba claro que habían empezado a empequeñecerse.
Nos habíamos despertado todos a la vez, lo cual significaba que se habían despertado
cuando yo lo había hecho. No quería correr el riesgo de que Jesusa se pusiese a pensar y
volviera a escaparse o, lo que aún era peor, que decidiese intentar matarme de nuevo.
Ellos se despertaron contentos y descansados, en mejor forma física de la que habían
tenido desde hacía años. Ambos estaban fascinados por los obvios cambios de Jesusa.
Yo yacía entre ellos, confortablemente exhausto, a un nivel que me era totalmente
nuevo: aquella noche, mi cuerpo había estado trabajando duro en dos personas. Y, sin
embargo, nunca antes me había sentido tan bien, tan completo.
Tras tocarse la cara, los brazos y las piernas, y hallar únicamente piel lisa, Jesusa se
echó a llorar, se inclinó hacia mí y me besó.
Yo también me dijo Tomás siento un deseo muy extraño de hacer eso.
Lo dijo en un tono casi jocoso, pero había auténtica confusión tras sus palabras.
Me senté y le besé, saboreando la curación que había tenido lugar hasta el momento:
una curación invisible, acompañada por el empequeñecimiento de sus tumores visibles.
Su nervio óptico estaba siendo restaurado..., en contra del consejo genético original de su
cuerpo. Enloquecidamente, esa porción de información genética decía que el nervio
estaba acabado, y que los genes que controlaban su desarrollo no debían volverse
activos de nuevo. Y, sin embargo, aquella enfermedad genética continuaba ocasionando
el crecimiento de más y más tejido inútil, peligroso, en aquellos órganos ya terminados,
impidiéndoles llevar a cabo su función.
En una sola noche, a Tomás le habían salido zonas de pelo en su rostro. Cuando toqué
una de ellas, sonrió.
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