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también vivía con los Troop, además de Penn.
-¡Eh! -exclamó Dan, jugando con el acordeón en la parte posterior de la casa,
dispuesto a saltar sobre la cerca si el enemigo avanzaba-. Padre, allá usted con sus
juicios, pero recordad que yo te lo advertí. ¡Uno de tu propia carne y sangre te lo ha
advertido! No es culpa mía si te has equivocado, pero estaré en cubierta para vigilarte.
En cuanto a ti, tío Salters, el jefe de los consejeros del Faraón no era nada comparado
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contigo. Espera y verás. Te enterrarán bajo tu maldito trébol. Pero yo, Dan Troop, me
pondré tan floreciente como un laurel, pues no me he emperrado en mi propia opinión.
Disko fumaba con toda la dignidad costera envueltos los pies en bellísimas zapatillas
de paño.
-Te estás volviendo loco como el pobre Harvey. No hacéis más que reíros
secretamente; cuchicheáis, os dais patadas por debajo de la mesa, hasta que ya no haya
más paz en esta casa -dijo su padre.
-Habrá todavía menos paz... para algunos -repuso Dan-. Espera y lo verás.
Él y Harvey se fueron en tranvía hasta las afueras de Gloucester, desde donde
caminaron a través de los bosques de laureles hasta el faro. Se tiraron sobre el pedregal
y se rieron hasta que sintieron hambre. Harvey mostró a Dan un telegrama y ambos se
comprometieron a guardar silencio hasta que estallara la bomba.
-¿La familia de los Harvey? -dijo Dan sin mover un músculo de la cara después de
cenar-. Creo que no son gran cosa, de lo contrario hubiéramos oído ya algo de ellos.
Su padre tiene algo así como una tienda en alguna parte del Oeste. Es posible que a lo
mejor le de, como mucho, cinco dólares, padre.
-¿Qué os había dicho? -exclamó Salters-. Y tú, no escupas la comida cuando hables,
Dan.
Capítulo IX
CUALESQUIERA que sean sus preocupaciones particulares, un multimillonario, al
igual que todo hombre que trabaja, debe estar al frente de sus negocios. El padre de
Harvey Cheyne se había dirigido al Este a fines de junio para salir al encuentro de una
mujer deshecha que soñaba noche y día con la muerte de su hijo en las grises aguas del
océano. La rodeó de médicos, enfermeras cualificadas, masajistas, y aun personas que
creen en la curación por medios mentales, aunque todo era inútil. La señora Cheyne no
se levantaba del lecho; sollozaba y hablaba de su hijo a todo el que quisiera oírla. No
tenía ninguna esperanza. ¿Quién podría dársela? Todo lo que necesitaba era que se le
asegurase que la muerte en el agua no produce sufrimientos. Su esposo la vigilaba para
que no quisiera ella misma intentar el experimento. El padre no hablaba de sus propios
sufrimientos. Apenas había comprendido su profundidad, cuando se preguntó un día
frente al calendario:
-¿Para qué seguir con esto?
En lo más profundo de su mente había pensado que algún día, cuando todos sus
negocios estuviesen encaminados, y su hijo hubiera concluido sus estudios
universitarios, le abriría su corazón y le dejaría a cargo de sus posesiones. Como creen
todos los padres ocupados, el muchacho se convertiría entonces en su compañero, socio
y aliado, a lo que seguirían espléndidos años de trabajo, en los que colaborarían los dos,
frenando la experiencia del uno el juego juvenil del otro. Pero su hijo había muerto
como uno de los marineros suecos de cualquiera de sus veleros, que transportaban té.
Su esposa se moría o podía ocurrirle algo peor; él mismo se sentía pisoteado por un
ejército de mujeres, de doctores y de ayudantes, harto hasta más allá de lo razonable, por
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los caprichos de su pobre esposa, sin esperanza, sin valor, para hacer frente a sus
numerosos enemigos. Había trasladado a su mujer a su nuevo palacio de San Diego, aún
sin estrenar, donde ella y el personal que la asistía ocupaban una de las lujosas alas,
mientras Cheyne, en un cuarto que parecía una galería, sentado entre un escritorio y una
mecanógrafa, que también era telegrafista, se deslizaba cansino por entre los días. Había
una guerra de tarifas entre cuatro ferrocarriles del Oeste, en la que él debería estar
interesado; una huelga devastadora colapsaba sus campamentos madereros de Oregón, y la
ley de California, que no sentía ningún aprecio por quienes la habían creado, ahora estaba
preparando una guerra abierta contra él. Generalmente habría aceptado la batalla en cuanto
se la ofrecieran y organizado una campaña cortésmente y sin escrúpulos. Ahora estaba
sentado con la mirada vacía, con el sombrero negro de fieltro, caído sobre la frente,
encogido su cuerpo de gigante dentro del traje, observando sus botas o los juncos chinos en
la bahía y asintiendo distraído a las preguntas de su secretario, mientras abría la
correspondencia.
Cheyne se preguntaba cuánto le costaría abandonar todo y retirarse. Estaba asegurado en
cantidades muy grandes y podía comprar seguros aún mayores. Entre una de sus casas en
Colorado y un poco de sociedad (lo que tendría muy buen efecto sobre su esposa), por
ejemplo en Washington, y las islas de la Carolina del Sur, un hombre puede olvidar
aquellos proyectos que habían fracasado. Por otra parte...
Se detuvo el martilleo de la máquina de escribir. La mecanógrafa observaba al secretario
que se había puesto pálido. Pasó a Cheyne un telegrama retransmitido desde San Francisco:
Recogido por el velero We're Here, después de haber caído del barco. Pasé el
tiempo pescando en el banco. Todo va bien. Espero en Gloucester, Estado de
Massachusetts, en casa de Disko Troop, dinero u órdenes. Telegrafía lo que debo
hacer. ¿Cómo está mamá?
HARVEY N. CHEYNE.
El padre lo dejó caer, apoyó la cabeza en la cortina del escritorio y respiró
profundamente. El secretario corrió a buscar al médico de la señora Cheyne, quien encontró
al marido recorriendo el cuarto a grandes zancadas.
-¿Qué..., qué piensa usted? ¿Es posible? ¿Tiene esto algún sentido? Apenas puedo
entenderlo -gritó.
-Pues yo si puedo -dijo el doctor-. Pierdo siete mil dólares al año. Eso es todo -respondió
el facultativo, acordándose de sus pacientes neoyorquinos, a los que había abandonado a
pedido de Cheyne y devolviendo el telegrama con un profundo suspiro.
-¿Quiere usted decírselo a mi esposa? Puede ser una estafa. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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