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pesara menos. Al 18, que lo esperaba en su pieza contemplando las palanganas
amontonadas sobre la cama, le pareció que Oliveira no había juntado piolines
en cantidad suficiente. Entornando sus ojos verdes de una hermosura maligna,
sostuvo que para completar eficazmente los preparativos de defensa se
necesitaba una buena cantidad de rulemanes y una Heftpistole. La idea de los
rulemanes le pareció buena a Oliveira, aunque no tenía una noción precisa de
lo que pudieran ser, pero desechó de plano la Heftpistole. El 18 abrió sus
ojos verdes de una hermosura maligna y dijo que la Heftpistole no era lo que
el doctor se imaginaba (decía «doctor» con el tono necesario para que
cualquiera se diese cuenta de que lo hacía por jorobar) pero que en vista de
su negativa iba a tratar de conseguir solamente los rulemanes. Oliveira lo
dejó irse, esperanzado en que no volviera porque tenía ganas de estar solo. A
las dos se iba a levantar Remorino para relevarlo y había que pensar alguna
cosa. Si Remorino no lo encontraba en el pasillo iba a venir a buscarlo a su
pieza y eso no convenía, a menos de hacer la primera prueba de las defensas a
su costa. Rechazó la idea porque las defensas estaban concebidas en previsión
de un determinado ataque, y Remorino iba a entrar desde un punto de vista por
completo diferente. Ahora sentía cada vez más miedo (y cuando sentía el miedo
miraba su reloj pulsera, y el miedo subía con la hora); se puso a fumar,
estudiando las posibilidades defensivas de la pieza, y a las dos menos diez
fue en persona a despertar a Remorino. Le transmitió un parte que era una
joya, con sutiles alteraciones de las hojas de temperatura, la hora de los
calmantes y las manifestaciones sindromáticas y eupépticas de los
pensionistas del primer piso, de tal manera que Remorino tendría que pasarse
casi todo el tiempo ocupado con ellos, mientras los del segundo piso, según
el mismo parte, dormían plácidamente y lo único que necesitaban era que nadie
los fuese a escorchar en el curso de la noche. Remorino se interesó por saber
(sin muchas ganas) si esos cuidados y esos descuidos procedían de la alta
autoridad del doctor Ovejero, a lo que Oliveira respondió hipócritamente con
el adverbio monosilábico de afirmación adecuado a la circunstancia. Tras de
lo cual se separaron amistosamente y Remorino subió bostezando un piso
mientras Oliveira subía temblando dos. Pero de ninguna manera iba a aceptar
la ayuda de una Heftpistole, y gracias a que consentía en los rulemanes.
Tuvo todavía un rato de paz, porque el 18 no llegaba y había que ir
llenando las palanganas y las escupideras, disponiéndolas en una primera
línea de defensa algo más atrás de la primera barrera de hilos (todavía
teórica pero ya perfectamente planeada) y ensayando las posibilidades de
avance, la eventual caída de la primera línea y la eficacia de la segunda.
Entre dos palanganas, Oliveira llenó el lavatorio de agua fría y metió la
cara y las manos, se empapó el cuello y el pelo. Fumaba todo el tiempo pero
no llegaba ni a la mitad del cigarrillo y ya se iba a la ventana a tirar el
pucho y encender otro. Los puchos caían sobre la rayuela y Oliveira calculaba
para que cada ojo brillante ardiera un momento sobre diferentes casillas; era
divertido. A esa hora le ocurría llenarse de pensamientos ajenos, dona
nobis pacem, que el bacán que te acamala tenga pesos
duraderos, cosas así, y también de golpe le caían jirones de una materia
mental, algo entre noción y sentimiento, por ejemplo que parapetarse era la
última de las torpezas, que la sola cosa insensata y por lo tanto
experimentable y quizá eficaz hubiera sido atacar en vez de defenderse,
asediar en vez de estar ahí temblando y fumando y esperando que el 18
volviera con los rulemanes; pero duraba poco, casi como los cigarrillos, y
las manos le temblaban y él sabía que no le quedaba más que eso, y de golpe
otro recuerdo que era como una esperanza, una frase donde alguien decía que
las horas del sueño y la vigilia no se habían fundido todavía en la unidad, y
a eso seguía una risa que él escuchaba como si no fuera suya, y una mueca que
en la que se demostraba cumplidamente que esa unidad estaba demasiado lejos y
que nada del sueño le valdría en la vigilia o viceversa. Atacar a Traveler
como la mejor defensa era una posibilidad, pero significaba invadir lo que él
sentía cada vez más como una masa negra, un territorio donde la gente estaba
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